¿Alguna vez llegaste a escuchar a una persona decir que “somos bendecidos”?
Oye, y sí que somos bendecidos.
Pero bueno, algunas personas definen la bendición o los milagros de Dios sólo por las cosas que pueden mirar con sus ojos.
Imagínate que, si no lo ven, no lo consideran milagro.
Es muy claro que el poder de Dios lo podemos mirar a través de cosas visibles, como por ejemplo, la creación, pues esta fue una manifestación de su poder.
Pero permíteme compartir la historia de un paralítico en Betesda.
En esta historia de Juan, capítulo 5, habían unas aguas que se movían. Y todo el que lograba entrar en esas aguas, cuando se movían, quedaban sanos de su enfermedad.
Pero este paralítico, estando en frente del mismo Jesús, le dijo:
“No tengo a nadie que me meta en el estanque mientras se agita el agua; cuando trato de hacerlo, otro se mete antes”.
Este hombre, que lo había intentado tantas veces, veía las aguas moverse y pensaba que el milagro estaba donde él miraba moverse las aguas.
Y no es que no estuviese allí, porque algunos otros recibieron su milagro en las aguas, pero ahora, este paralítico estaba ante Jesús, estaba ante el que cargaba el poder que él necesitaba.
Pero el paralítico seguía pensando en entrar donde él miraba las aguas moverse.
El milagro estaba ante él. Pero no lo miraba pensando que necesitaba llegar hasta las aguas que se movían.
Necesitas ver, pero también necesitas creer.
Mira primero al que carga tu milagro. Y pide creyendo, no por lo que ves, sino creyendo en el único que te puede ayudar.
Tú milagro está frente a ti, así que sí crees, ¡tu milagro llegará!
Migdalia Rivera.